¿Qué es un exlibris?
Podemos entender su utilidad y procedencia rastreando en la locución latina Ex Libris (compuesta de la preposición ex, que indica origen o procedencia, y el sustantivo liber, libri, en ablativo de plural, "libro de", a lo que sigue el nombre del propietario del libro en caso genitivo, si es que se escribe en latín). Es decir, el exlibris señala de forma artística al propietario de un conjunto de libros (biblioteca), valiéndose para ello de un diseño, marca o símbolo original que le distingue de otros propietarios. Según la definición académica, el exlibris es "la cédula que se pega en la tapa de los libros, en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro". Poco a poco, los exlibris fueron pasando de simples firmas a integrar figuras heráldicas, alegóricas o simbólicas junto con una leyenda alusivos a la profesión o gustos del propietario. Asi pues, a parte de su utilidad a la hora de poder localizar un libro prestado (que de otro modo quizás no volvería nunca a su lugar de origen), y el evidente valor de los libros en la época de que datan los exlibris, éstos se han convertido con el tiempo en un preciado elemento de la bibliofília, puesto que añaden a la misión del propietario la capacidad artística de transmitirle su personalidad a los libros de su biblioteca. A través de los exlibris se puede leer el paso de las tendencias artísticas en más de diez siglos, a veces gracias a grandes ilustradores que muestran las posibilidades de esta peculiar tradición.
Historia del Exlibris
De la Edad Media datan marcas japonesas y un códice bávaro de 1188. Pero en España existen marcas de propiedad muy anteriores, concretamente desde el siglo VIII, casi exclusivamente de uso noble y aristocrático, como el libro mismo. En el reino astur-leonés con los libros mozárabes y posteriormente en el astur-castellano con los libros románticos encontramos un primer rastro: los de Fruela I (756-768), cuyo nombre aparece en las tres iniciales decoradas de un Santoral de la catredal ovetense, con la leyenda Froylani Principis Liber; el de Alfonso III (848-912), en las Etimologías de San Isidoro, con la frase Adefonsus Principis Librum; hasta el Beato de Gerona, 975, donde sobre la omega que cierra el códice se lee: Dominicus Alba Liber fieri precepit... Otras formas de señalar los libros pronto se extendieron, sobre todo la inscripción manuscirta sobre hojas con el nombre del poseedor, las estampaciones (habituales en monasterios y bibliotecas públicas), y estampaciones sobre la encuadernación, los denominados "supralibros". Pero con todo, lo que fue teniendo más exito entre los propietarios de grandes bibliotecas fue la colocación de la marca de propiedad en el interior de los libros, realizada generalmente por encargo como grabado, tipografía, litografía u otras formas de impresión.
El verdadero desarrollo del exlibris, como es lógico, vino con la invención de la imprenta y el acceso algo más generalizado a los libros. Se conocen muestras en Alemania hacia 1450, en Francia alrededor de 1526 y en Italia hacia 1548. El primer exlibris tipográfico español que se conoce perteneció al canónigo-archivero de la catedral de Barcelona Francisco de Tarafa, y consiste en una xilografía anónima, en óvalo, de 62 por 76mm, con la inscripción "Bibliotheca Francisci Tarapha, Canonichi Barchi", fechada en 1553. En el siglo XVII los exlibris son en casi su totalidad heráldicos, usandose la plancha de metal, grabada a buril. Más numerosos serán en el siglo XVIII, dónde sobresalen los trabajos del ilustrador Manuel Salvador Carmona (1734-1820), miembro de la academia francesa de Bellas Artes, posteriormente nombrado en España grabador del Rey y elegido miembro de mérito de la Real Academia de San Fernando. Con él se abre la etapa de mayor difusión de los exlibris, en la que también participaba pocos años después Francisco de Goya (que grabó el exlibris heráldico de Jovellanos). En el siglo XX, tras los dos primeros decenios españoles de estilo modernista, la afición al coleccionismo crece tanto como escasean los nuevos ilustradores en este campo. Sin embargo, la Unió d´ Exlibristes Ibérics (1921), la Asociación de Exlibristas Ibéricos, AEI (1950), la Asociación de exlibristas de Barcelona (1951) o la Biblioteca de Exlibristas (1954), aseguran larga vida para el coleccionismo de este peculiar elemento bibliófilo.
Podemos entender su utilidad y procedencia rastreando en la locución latina Ex Libris (compuesta de la preposición ex, que indica origen o procedencia, y el sustantivo liber, libri, en ablativo de plural, "libro de", a lo que sigue el nombre del propietario del libro en caso genitivo, si es que se escribe en latín). Es decir, el exlibris señala de forma artística al propietario de un conjunto de libros (biblioteca), valiéndose para ello de un diseño, marca o símbolo original que le distingue de otros propietarios. Según la definición académica, el exlibris es "la cédula que se pega en la tapa de los libros, en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro". Poco a poco, los exlibris fueron pasando de simples firmas a integrar figuras heráldicas, alegóricas o simbólicas junto con una leyenda alusivos a la profesión o gustos del propietario. Asi pues, a parte de su utilidad a la hora de poder localizar un libro prestado (que de otro modo quizás no volvería nunca a su lugar de origen), y el evidente valor de los libros en la época de que datan los exlibris, éstos se han convertido con el tiempo en un preciado elemento de la bibliofília, puesto que añaden a la misión del propietario la capacidad artística de transmitirle su personalidad a los libros de su biblioteca. A través de los exlibris se puede leer el paso de las tendencias artísticas en más de diez siglos, a veces gracias a grandes ilustradores que muestran las posibilidades de esta peculiar tradición.
Historia del Exlibris
De la Edad Media datan marcas japonesas y un códice bávaro de 1188. Pero en España existen marcas de propiedad muy anteriores, concretamente desde el siglo VIII, casi exclusivamente de uso noble y aristocrático, como el libro mismo. En el reino astur-leonés con los libros mozárabes y posteriormente en el astur-castellano con los libros románticos encontramos un primer rastro: los de Fruela I (756-768), cuyo nombre aparece en las tres iniciales decoradas de un Santoral de la catredal ovetense, con la leyenda Froylani Principis Liber; el de Alfonso III (848-912), en las Etimologías de San Isidoro, con la frase Adefonsus Principis Librum; hasta el Beato de Gerona, 975, donde sobre la omega que cierra el códice se lee: Dominicus Alba Liber fieri precepit... Otras formas de señalar los libros pronto se extendieron, sobre todo la inscripción manuscirta sobre hojas con el nombre del poseedor, las estampaciones (habituales en monasterios y bibliotecas públicas), y estampaciones sobre la encuadernación, los denominados "supralibros". Pero con todo, lo que fue teniendo más exito entre los propietarios de grandes bibliotecas fue la colocación de la marca de propiedad en el interior de los libros, realizada generalmente por encargo como grabado, tipografía, litografía u otras formas de impresión.
El verdadero desarrollo del exlibris, como es lógico, vino con la invención de la imprenta y el acceso algo más generalizado a los libros. Se conocen muestras en Alemania hacia 1450, en Francia alrededor de 1526 y en Italia hacia 1548. El primer exlibris tipográfico español que se conoce perteneció al canónigo-archivero de la catedral de Barcelona Francisco de Tarafa, y consiste en una xilografía anónima, en óvalo, de 62 por 76mm, con la inscripción "Bibliotheca Francisci Tarapha, Canonichi Barchi", fechada en 1553. En el siglo XVII los exlibris son en casi su totalidad heráldicos, usandose la plancha de metal, grabada a buril. Más numerosos serán en el siglo XVIII, dónde sobresalen los trabajos del ilustrador Manuel Salvador Carmona (1734-1820), miembro de la academia francesa de Bellas Artes, posteriormente nombrado en España grabador del Rey y elegido miembro de mérito de la Real Academia de San Fernando. Con él se abre la etapa de mayor difusión de los exlibris, en la que también participaba pocos años después Francisco de Goya (que grabó el exlibris heráldico de Jovellanos). En el siglo XX, tras los dos primeros decenios españoles de estilo modernista, la afición al coleccionismo crece tanto como escasean los nuevos ilustradores en este campo. Sin embargo, la Unió d´ Exlibristes Ibérics (1921), la Asociación de Exlibristas Ibéricos, AEI (1950), la Asociación de exlibristas de Barcelona (1951) o la Biblioteca de Exlibristas (1954), aseguran larga vida para el coleccionismo de este peculiar elemento bibliófilo.